


Julio de 2024. Un equipo de arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología (Inha) reveló uno de los descubrimientos que podrían cambiar nuestra comprensión de la historia. Gracias a la tecnología Lidar, han desenterrado un tesoro sorprendente. Mientras que Teotihuacán es ampliamente conocida, se ha descubierto que hay pirámides ocultas en una región remota de México. En un hallazgo tan extraordinario que solo unos pocos podían anticipar, se encontró otra reliquia de Teotihuacán, ¡a más de 1,000 kilómetros de donde se pensaba que podía estar!
Un altar de pintura que lo cambia todo. Un impresionante altar hecho de piedra caliza ha sido hallado en medio de una antigua residencia maya en Tikal, Guatemala. Este hallazgo ha arrojado luz sobre una inesperada interconexión en la historia mesoamericana: evidencias de influencias directas de Teotihuacán, a más de 1,000 kilómetros de distancia. Se ha fechado el altar a finales del siglo IV, decorado con colores rojo, amarillo y negro. Esta tipología artística evoca una figura relacionada con el «Dios del Sturm», un rasgo distintivo del arte teotihuacano.
La ubicación del altar, su estilo y su función, que se describe como un altar doméstico en honor a deidades en lugar de un espacio dedicado a los gobernantes, nos indican que es un hallazgo de gran relevancia. Según investigaciones, el altar fue encontrado en el Grupo 6D-XV, un área residencial habitada posiblemente por individuos que venían de Teotihuacán o que estaban estrechamente asociados con esta civilización. Eso sugiere que no solo impartieron sus habilidades arquitectónicas y funerarias, sino que también promovieron la expresión de su identidad cultural dentro del territorio maya.
Una élite extranjera. Tikal, establecida en 850 a.C., rápidamente se consolidó como una gran dinastía alrededor del 100 d.C., forjando lazos con otras ciudades mesoamericanas, incluidas Teotihuacán, que ya había alcanzado un notable desarrollo como una de las ciudades más grandes del mundo para esa época. Las relaciones entre estas dos urbes empezaron con un intercambio comercial, pero, como señalan investigadores, con el tiempo, estas interacciones se complejizaron y posiblemente derivaron en conflictos.
Suposiciones. El altar descubierto se sitúa en el contexto de una secuencia arquitectónica que presenta una primera fase constructiva entre los años 300 y 400 d.C., seguido por una expansión del santuario entre 400 y 450 d.C., que refleja una presencia más prolongada y organizada de la influencia teotihuacana. Se han encontrado figuras antropomórficas en la residencia, decoradas con esta colorida pintura, resaltando la impronta cultural de la civilización mexicana en este rincón de Tikal.
Sin duda, podemos discernir que los líderes teotihuacanos, poderosos y adinerados, vivieron anteriormente en Tikal e impusieron sus propias estructuras rituales. Esto podría haber sido parte de una estrategia de control o una forma de establecer su influencia directa sobre las dinámicas de poder a nivel local.
Tensiones culturales y memoria enterrada. Aunque Tikal se caracteriza por una lógica renovadora de construcción continua, el tratamiento que recibió este complejo fue singular. Posteriormente al año 450 d.C., el altar y sus estructuras adyacentes fueron cubiertos intencionadamente con tierra y ruinas, sin que se utilizara nuevamente la habitación.
Los arqueólogos sugieren que esto puede ser interpretado como un gesto simbólico, reflejando un distanciamiento o rechazo hacia los acontecimientos que tuvieron lugar en el sitio, lo cual, muy probablemente, está relacionado con la caída del poder de Teotihuacan y los sentimientos ambivalentes que los mayas experimentaron hacia esta influencia extranjera. Más que una mera ocupación militar, la presencia de Teotihuacan en Tikal, aunque bien estructurada, parece haber derivado en un proceso de olvido ritual.
Cerca. Como indican los investigadores, la Universidad Brown, principal responsable de este estudio, observó este espacio casi como una «zona radiactiva»: un entorno que debió cerrarse completamente para atenuar la influencia de lo que anteriormente fue dominante, ahora considerado incómodo y políticamente problemático.
Potencia externa. Según inscripciones encontradas hace varias décadas, se documenta una intervención militar extranjera en Tikal alrededor del año 378 d.C. en la que se desplazó al monarca local, sustituyéndolo por un gobernante vinculado a Teotihuacán. Posterior a este evento, las evidencias materiales de esta influencia se volvieron más visibles, desde los entierros reales hasta la mezcla arquitectónica.
El altar descubierto fue instalado poco después de este golpe de estado y la habitación donde se encontraba funcionaba como una terraza ritual familiar, reflejando costumbres similares a las de Teotihuacán. En este sitio se han encontrado entierros que incluyen a un adulto y el de un niño sentado, un rito más habitual en el centro de México que en la región maya.
Ritual extranjero. La construcción del altar estuvo acompañada de rituales funerarios sumamente simbólicos: tres bebés fueron enterrados bajo las esquinas del altar, junto a ofrendas en vez de un cuarto cuerpo, un patrón que coincide con prácticas documentadas en Teotihuacán.
Este altar no solo contenía un significado religioso, sino que también desempeñaba un papel político crucial: era una manifestación material de la presencia teotihuacana en la ciudad conquistada. Su cercanía a una réplica local del Templo de la Serpiente Emplumada (considerado uno de los íconos arquitectónicos del México clásico) refuerza la idea de que Tikal albergaría un espacio dedicado a replicar las estructuras ceremoniales del imperio extranjero.
Imagen | TG Garrison / H. Hurst
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